martes, 28 de octubre de 2014

Leer en caso de CRISIS.

Querida yo de un futuro (espero) lejano (y puestos a pedir, hipotético).

Te entiendo, yo también he deseado matarlo en alguna que otra ocasión, en muchas ocasiones de hecho, demasiadas. Es un hombre que tiene desgraciadamente el don para soltar un comentario fuera de lugar en el peor momento, que nació con un Máster en el arte de sacarnos de quicio; ya sea cantando a la hora de la siesta como en insistirte en que pruebes algo, ¿y sus bromas? ¡¿Qué me dices de sus bromas?! Ogggg.
Comprendo que a veces pueda parecerte egoísta, pasota, desconsiderado, aburrido, bocazas, pesado, irritante, simple, gruñón, saborío... Y demás adjetivos negativos con los que podría clasificar a semejante espécimen.  Entiendo ese enfado monumental tuyo, de verdad.
Sé que ahora mismo estarás recordando uno a uno todos esos momentos en los que te ha hecho enfurecer o llorar, esos momentos en los que has deseado "partirle el cuello y dejarlo mimio"... Podríamos enumerarlos y el infinito se quedaría corto, pero eso sería demasiado fácil (y su vida correría peligro si seguimos profundizando en la memoria).

¿Y sabes qué más? Le quiero, le quieres. Mucho además, tanto que te pido que leas esto y reflexiones.

Sí, no es el hombre perfecto. Es tan rematadamente tonto que te soporta, te perdona y le gusta estar a tu lado.

No importa la broma que le gastes, la caña que le metas, lo insoportable que te pongas al despertarlo, lo frías que tengas las manos a la hora de ponérselas en la espalda... Ya puedes soltarle la mayor de las burradas en pleno enfado, echarlo o irte en plena discusión, que él sigue ahí.

Él, a pesar de que prefiere dormir solo y a sus anchas, te deja elegir sitio en la cama y no importa el sueño que tenga, siempre; lee bien, SIEMPRE te va a abrazar y va a esperar a que tú te quedes dormida para poder dormir "cómodo" a su manera.

Él renuncia a ver un partido de fútbol con sus amigos (siendo, junto con comer, una de sus funciones vitales) y se queda haciendo de "mamá pato" cuando estás mala sin habérselo pedido siquiera, de los que en plena noche se levanta sólo para traerte una pastilla y echarte una manta encima, y no sólo eso, ya puede estar muriéndose de calor que te abraza hasta que dejas de temblar.

Él te consiente todo y más. No importa si ese día no tiene ganas de comer comida china o pasta, se la come, si esa película es horriblemente mala, la ve contigo, da igual si no es fan del arte aún así se ofrece encantado a acompañarte a las exposiciones, o si prefiere tirarse por el balcón antes de ir a echarle de comer a los patos del parque. Lo hace. Por ti. Y punto.

Él, cuando estás enfadada, hace lo que sea para que lo perdones, desde monólogos en una cafetería hasta llevarte al planetario solo para que sonrías y dejes de ignorarlo. Incluso es capaz de madrugar en pleno verano para venir a donde Cristo perdió la piedra del mechero para verte, sin avisar, sin garantía alguna de que quieras verlo, y con un paquete de galletas bajo el brazo. Lo hace. Su famoso "¿Qué hago para que no estés así?" es mítico en cada tontería pero ¿y qué? Se desvive, demuestra que está arrepentido, pide perdón y promete que no volverá a pasar.
A tí no sé, a mí a día de hoy me basta, me sobra y me falta tiempo para sonreír y corretear a darle un abrazo.

Él es de los que a las seis de la mañana renuncia a dormir por vestirse y pegarse una caminata para ver el amanecer junto a ti, de los que se traga un concierto de un cantante que ni siquiera le gusta para que estés contenta, de los que en plena noche de juerga; sin conocerte apenas, te ofrece que te quedes en su piso y se va contigo tal cual sólo porque estás cansada.

Él es quien te alegra las noches y los días, quien te hace más amena la semana, quien te saca una sonrisa por el simple hecho de estar delante tuya, quien te deja pintarle los brazos cuando estás estudiando, quien te cede parte de la tarrina de helado que ha comprado, quien comparte los "guyús" de limón contigo, quien te acompaña a la parada para ver cómo dejas pasar uno a uno los autobuses que vienen para quedarte un rato más a su lado, quien te da la mano o te pasa el brazo por el hombro cuando vais juntos por la calle, quien te hace perder la dignidad al no poder enfadarte porque estás riéndote a carcajadas por algo que ha hecho...

Él no es que tenga precisamente buena memoria, lo sé. Y, sin embargo, sabe cómo te gusta el café, cúal es tu chocolate favorito, qué galletas son las que te gustan,.. Él, estando de morros, es capaz de traerte en un CD tu película favorita porque el otro disco se ha roto.

Él... Qué decir, él es único.

¿No te basta?

Él es una de las personas más importantes que tengo a mi lado a día de hoy, y me encanta, y si pudiese detener el tiempo cuando estoy con él, lo haría. Es un gran chico y una persona maravillosa, vale la pena cada segundo que invierto, invertimos en él. Y sí, no es el hombre perfecto, pero sí perfecto para mí.

 Y si volviese atrás, sin duda volvería a besarle en la puerta de la discoteca, volvería a montarme en ese taxi junto a él, volvería a quedarme a almorzar a la mañana siguiente en lugar de irme, volvería a cometer cada error y volvería a dar cada paso que me llevase a estar con él, porque si hay algo que tengo seguro en el presente; hoy, esta noche, ahora, es que estoy enamorada de él y que amo cada pequeño detalle que le hace ser quien es.

Así que, sé lista, olvida por qué estás enfadada. Escríbele, llámale o ve directamente a buscarlo y dile lo siguiente: "Te quiero princesa".

Y lo más importante, hazle feliz todos y cada uno de los días, porque realmente se lo merece (a pesar de todo).





domingo, 26 de octubre de 2014

Garabato. (título provisional hasta que se me ocurra qué poner)

-Te estoy hablando, ¿no vas a decir nada al respecto?

-¿Qué quieres que diga? No hay quien te haga cambiar de opinión.

-Estoy cansada, cansada de ti y de que no muevas un dedo por cambiar nada.

-¿Cambiar qué? Haga lo que haga nunca te veo feliz, a todo le pones pegas y fallos... Me he quedado sin ideas.

-Más que quedarte sin ideas es que no te ha dado por pensar.

-Estoy harto.

-Bien.

-Bien... ¿Qué nos ha pasado? ¿Ya no queda nada que nos salve?

-No voy a luchar por esto.

-Dime, ¿ya no me quieres?

-Ojalá pudiésemos empezar y que todo fuese como antes... Esto solo irá a peor.

-Me voy, se como va a terminar la conversación.

-¿Por qué tengo que decir yo las palabras?

-Porque yo no puedo.

-¿Ves? Siempre tengo que ser yo la que de el primer paso. Hasta para dar el último tengo que hacerlo yo primero. Bien. Me voy.


... Cinco años antes...

Esa mañana se levantó temprano. Odiaba con toda su alma madrugar, pero no podía dormir más por mucho empeño que le pusiera su confortable cama. Necesitaba correr, mantener distraída su mente.

El sol aún no había salido, apenas entraba luz por su ventana, aunque esa tenue iluminación le bastaba para no tener que encender esa lámpara tan horrible que venía con el piso, "nota mental: cambiar esa estúpida lampara" pensó para sí, adoraba ese piso, era nuevo y estaba situado en una buena zona pero... Esos muebles, esa decoración... Sacaban lo peor de uno a pasear. Siempre que se levantaba se prometía deshacerse de ellos y darle "su toque" al apartamento y siempre se acostaba maldiciendo cada habitación que no había cambiado. Ese era otro de los motivos por los que no podía dormir, vivía atrapada en un piso de muebles y estampados horrendos y tampoco hacía nada al respecto.

"Una de las ventajas de vivir sola es que no importa lo espantosa que te levantes hoy, nadie está aquí para contemplarlo", todas las mañanas leía la frase que había escrito en el único espejo que realmente había comprado a su gusto. Era un espejo amplio con forma de mariposa que estaba colocado en la puerta de su habitación, al verse no pudo evitar reír a carcajadas, esa frase tenía toda la razón del mundo, estaba espantosamente espantosa, de haber tenido el pelo largo se habría llevado horas y horas poniendo en orden la melena de rizos pero, por suerte para ella, eso ya era historia, su nuevo look no exigía ni de cepillo, bastaba un par de sacudidas con las manos para tener ya un aspecto decente, lo que; a parte de ser realmente cómodo era muy práctico los días que llegaba tarde a algún sitio, que solían ser muchos.

Mientras se introducía en el chándal iba avanzando por el amplio apartamento en busca de su ración de café, más que a por su café iba en busca de su nueva taza de Desayuno con diamantes, se moría de ganas por estrenarla. Esa mañana tenía que ser especial, no podía darle la bienvenida a  su nueva taza tomando un par de sorbos y hala, ¡a correr! Merecía un trato mejor. Fue por ello que decidió salir a la terraza, el sol estaba ya listo para su gran debut y ella, junto con su nueva taza y una manta que había cogido por el camino, también.

Sonrió al pensar que probablemente nadie madrugaría para ver amanecer y beber café con una taza recién comprada pero, ¿a quién le importa? Era feliz mientras los primeros rayos le acariciaban la cara e iluminaban poco a poco la ciudad, era todo un privilegio estar allí viendo como un nuevo día comenzaba y no había nada en el mundo que la hiciera moverse de esa terraza con semejante vista, correr podía esperar un par de minutos más. Una vez hubo finalizada la ceremonia de bienvenida de la taza; se dirigió al servicio para acabar de adecentarse y poder salir por fin a despejar su mente.

Desde que decidió aislarse por completo del mundo y de todo lo que la rodeaba; correr se había vuelto su vía de escape, su terapia, su analgésico... Sabía que no podría huir de sus problemas eternamente pero estaba tan perdida en ese momento, se sentía tan vulnerable, tan desgarradoramente abatida que hizo lo que cualquier animal herido, refugiarse hasta recuperar fuerzas.
Vivía en un piso sola, sola si no contamos el contestador lleno de mensajes de voz, sola al fin y al cabo, sola y con unos muebles con los que era incapaz de convivir en armonía pero que tampoco se atrevía a cambiar. Había dejado su trabajo porque no la hacía feliz, por eso y porque realmente necesitaba un cambio de aires... Primero fue el trabajo, más tarde vinieron su aspecto y su apartamento y, por último y más doloroso, le había dejado a él. Él era quien no le dejaba dormir por las noches y quien le llenaba la cabeza de dudas.

Se detuvo cuando su imagen se le vino a la mente... Probablemente de seguir juntos estarían aún en la cama durmiendo, una hora más como mucho, luego él se despertaría primero, como siempre hacía, se levantaría para preparar el café y volvería a la cama para despertarla con suaves besos en el cuello mientras jugueteaba con su larga melena ya inexistente. Le echaba de menos, mucho, tanto como se puede echar de menos a una persona; o más. él era una espina clavada que emitía un dolor sordo y constante, se moría de ganas por sentir sus labios recorriendo de nuevo su cara, sus brazos envolviéndola contra él, su tierno olor a "te amo" que inundaba las sábanas y el resto de la habitación, su corazón se aceleraba cuando imaginaba el cómo sería besarle de nuevo, hacer el amor con él como tantas otras veces lo había hecho, sentir su aliento junto a su boca y dedicarle esa sonrisa que tan loco lo volvía. Tenía miles de dudas y una sola cosa clara, amaba a ese hombre y lo hubiese seguido hasta el fin del mundo sin que él hubiese tenido que pedírselo, aquel hombre de oscuros cabellos y mirada gélida se había instalado en lo más profundo de su corazón y era consciente de que fuera a donde fuese o, estuviera con quien estuviese, él iba a seguir siendo su pequeño "y si" que le impedía conciliar el sueño.



martes, 21 de octubre de 2014

Knot.

¿Sabéis hacer un nudo? ¿Quién no? Hacemos nudos constantemente en bolsas, zapatos, hilos, gargantas... Estos últimos son los que requieren de menos esfuerzo, basta con un recuerdo, una imagen, una mirada, una frase. Desgraciadamente, también son los más difíciles de deshacer.

Comienzan como un suspiro entrecortado, como si a la hora de echar el aire fuésemos incapaces y nos hubiésemos olvidado de como respirar. A continuación le sigue un pequeño infarto, un húmedo olor a mar en nuestos ojos, una sonrisa que se torna en cuestión de segundos en una cara lacia, vacía de cualquier expresión y, finalmente hacemos una mueca que nos sale desde lo más íntimo de nuestro ser. Solemos agachar la cabeza, tornar un labio hacia abajo y llenamos la frente de arruguitas, fruto de pequeños ríos de dudas y temores que desembocan en océanos tan profundos como los sentimientos que dedicamos a las personas que nos los provocan.

¿Sabéis a lo que me refiero? ¿Quién no? Ese sentimiento de impotencia, de resignación, de tristeza, que sentamos en una silla y le pedimos por favor que espere, que todavía es pronto para florecer, a quien rogamos que aguarde a llegar a casa, que no se derrumbe para no dañar a quien nos daña, solo por el simple hecho de no hacernos pequeños, débiles a sus ojos.

Podemos deshacer un nudo, o aflojarlo, o incluso cuando lleva tiempo alojado en nosotros conseguimos olvidarnos de su presencia, pero siempre llega un momento en el que queramos o no, vuelve a tensar, se hace grande y, a nuestro pesar, implacable. Muchos nos condicionan, nos impiden hablar, nos obligan a poner nuestra mejor cara de "póker"... Hasta cierto punto.

Los nudos nos sobrepasan, son el cúmulo de gotas que hacen que un vaso se desborde, las gotas de lágrimas que reprimimos hasta más no poder y acaban estallando en diminutas partículas de agua que se esparcen con dolorosa velocidad por nuestra cara, quemando la piel allá por donde pasa.

Nos oprimen el pecho, nos cierran el estómago, nos saturan el cerebro y nos dañan el corazón.

¿Sabéis cuál es el peor para mí? El que tratas de deshacer día tras día sin resultados, aquel que confiesa, repite, compara y te pide que olvides. Para mi se asemeja a un corte que necesita suturas y en lugar de ello,  mi enfermero me pide que no me centre en la herida, "olvida la herida", "haz la vista gorda si sangra"...

Como si fuese a curarse sola o a dolernos menos por ello. Es un nudo. Está bien atado a mi.

Al final del día, de los días buenos, conseguimos acordarnos de respirar y soltamos el suspiro de un golpe, el infarto que ha provocado se va dejando un pequeño moratón, las lágrimas se secan y la mueca se reduce a tan solo una sonrisa torcida.
Las arrugas hibernan, el río vuelve a su cauce, levantamos de la silla a nuestras emociones y las abrazamos hasta que nos duelan los brazos, porque están ahí, porque son leales, pacientes, fuertes y las enviamos de nuevo al ring con la esperanza de que aguanten otro asalto.
El vaso libera parte de su cantidad, la piel cicatriza, la herida se detiene...

Todo ello al final del día, de los días buenos y de manera temporal.


¿Qué pasa en los días malos? El suspiro se pierde sabiendo que esa noche no encontrará la salida , se sienta frente a una pantalla a divagar para mitigar la reacción en cadena que ha provocado y, cuando se siente extremadamente solo, fantasea como sería su vida sin ese nudo.