domingo, 26 de octubre de 2014

Garabato. (título provisional hasta que se me ocurra qué poner)

-Te estoy hablando, ¿no vas a decir nada al respecto?

-¿Qué quieres que diga? No hay quien te haga cambiar de opinión.

-Estoy cansada, cansada de ti y de que no muevas un dedo por cambiar nada.

-¿Cambiar qué? Haga lo que haga nunca te veo feliz, a todo le pones pegas y fallos... Me he quedado sin ideas.

-Más que quedarte sin ideas es que no te ha dado por pensar.

-Estoy harto.

-Bien.

-Bien... ¿Qué nos ha pasado? ¿Ya no queda nada que nos salve?

-No voy a luchar por esto.

-Dime, ¿ya no me quieres?

-Ojalá pudiésemos empezar y que todo fuese como antes... Esto solo irá a peor.

-Me voy, se como va a terminar la conversación.

-¿Por qué tengo que decir yo las palabras?

-Porque yo no puedo.

-¿Ves? Siempre tengo que ser yo la que de el primer paso. Hasta para dar el último tengo que hacerlo yo primero. Bien. Me voy.


... Cinco años antes...

Esa mañana se levantó temprano. Odiaba con toda su alma madrugar, pero no podía dormir más por mucho empeño que le pusiera su confortable cama. Necesitaba correr, mantener distraída su mente.

El sol aún no había salido, apenas entraba luz por su ventana, aunque esa tenue iluminación le bastaba para no tener que encender esa lámpara tan horrible que venía con el piso, "nota mental: cambiar esa estúpida lampara" pensó para sí, adoraba ese piso, era nuevo y estaba situado en una buena zona pero... Esos muebles, esa decoración... Sacaban lo peor de uno a pasear. Siempre que se levantaba se prometía deshacerse de ellos y darle "su toque" al apartamento y siempre se acostaba maldiciendo cada habitación que no había cambiado. Ese era otro de los motivos por los que no podía dormir, vivía atrapada en un piso de muebles y estampados horrendos y tampoco hacía nada al respecto.

"Una de las ventajas de vivir sola es que no importa lo espantosa que te levantes hoy, nadie está aquí para contemplarlo", todas las mañanas leía la frase que había escrito en el único espejo que realmente había comprado a su gusto. Era un espejo amplio con forma de mariposa que estaba colocado en la puerta de su habitación, al verse no pudo evitar reír a carcajadas, esa frase tenía toda la razón del mundo, estaba espantosamente espantosa, de haber tenido el pelo largo se habría llevado horas y horas poniendo en orden la melena de rizos pero, por suerte para ella, eso ya era historia, su nuevo look no exigía ni de cepillo, bastaba un par de sacudidas con las manos para tener ya un aspecto decente, lo que; a parte de ser realmente cómodo era muy práctico los días que llegaba tarde a algún sitio, que solían ser muchos.

Mientras se introducía en el chándal iba avanzando por el amplio apartamento en busca de su ración de café, más que a por su café iba en busca de su nueva taza de Desayuno con diamantes, se moría de ganas por estrenarla. Esa mañana tenía que ser especial, no podía darle la bienvenida a  su nueva taza tomando un par de sorbos y hala, ¡a correr! Merecía un trato mejor. Fue por ello que decidió salir a la terraza, el sol estaba ya listo para su gran debut y ella, junto con su nueva taza y una manta que había cogido por el camino, también.

Sonrió al pensar que probablemente nadie madrugaría para ver amanecer y beber café con una taza recién comprada pero, ¿a quién le importa? Era feliz mientras los primeros rayos le acariciaban la cara e iluminaban poco a poco la ciudad, era todo un privilegio estar allí viendo como un nuevo día comenzaba y no había nada en el mundo que la hiciera moverse de esa terraza con semejante vista, correr podía esperar un par de minutos más. Una vez hubo finalizada la ceremonia de bienvenida de la taza; se dirigió al servicio para acabar de adecentarse y poder salir por fin a despejar su mente.

Desde que decidió aislarse por completo del mundo y de todo lo que la rodeaba; correr se había vuelto su vía de escape, su terapia, su analgésico... Sabía que no podría huir de sus problemas eternamente pero estaba tan perdida en ese momento, se sentía tan vulnerable, tan desgarradoramente abatida que hizo lo que cualquier animal herido, refugiarse hasta recuperar fuerzas.
Vivía en un piso sola, sola si no contamos el contestador lleno de mensajes de voz, sola al fin y al cabo, sola y con unos muebles con los que era incapaz de convivir en armonía pero que tampoco se atrevía a cambiar. Había dejado su trabajo porque no la hacía feliz, por eso y porque realmente necesitaba un cambio de aires... Primero fue el trabajo, más tarde vinieron su aspecto y su apartamento y, por último y más doloroso, le había dejado a él. Él era quien no le dejaba dormir por las noches y quien le llenaba la cabeza de dudas.

Se detuvo cuando su imagen se le vino a la mente... Probablemente de seguir juntos estarían aún en la cama durmiendo, una hora más como mucho, luego él se despertaría primero, como siempre hacía, se levantaría para preparar el café y volvería a la cama para despertarla con suaves besos en el cuello mientras jugueteaba con su larga melena ya inexistente. Le echaba de menos, mucho, tanto como se puede echar de menos a una persona; o más. él era una espina clavada que emitía un dolor sordo y constante, se moría de ganas por sentir sus labios recorriendo de nuevo su cara, sus brazos envolviéndola contra él, su tierno olor a "te amo" que inundaba las sábanas y el resto de la habitación, su corazón se aceleraba cuando imaginaba el cómo sería besarle de nuevo, hacer el amor con él como tantas otras veces lo había hecho, sentir su aliento junto a su boca y dedicarle esa sonrisa que tan loco lo volvía. Tenía miles de dudas y una sola cosa clara, amaba a ese hombre y lo hubiese seguido hasta el fin del mundo sin que él hubiese tenido que pedírselo, aquel hombre de oscuros cabellos y mirada gélida se había instalado en lo más profundo de su corazón y era consciente de que fuera a donde fuese o, estuviera con quien estuviese, él iba a seguir siendo su pequeño "y si" que le impedía conciliar el sueño.