domingo, 16 de febrero de 2014

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Llovía. El cielo, al igual que ella, lloraba.

Tras la ventana veía cómo se consumían sus últimos segundos de libertad, cómo se alejaban sus sueños.

Se alejó de aquella ventana que le suplicaba que huyese y se acercó al enorme espejo que había en aquella alborotada habitación que por ruego suyo había sido despejada hacía tan sólo un par de minutos, "son los nervios, es normal", "respira hondo... Estas cosas pasan", eso decían conforme iban saliendo. Era la primera vez en todo el día que estaba sola, y no sería por mucho tiempo.

Se miró en el espejo con desgana, nunca se había visto tan guapa, realmente lo estaba, claro que, ¿qué novia no está guapa el día de su boda? Pensó mientras reía irónicamente haciendo un gran esfuerzo para que las lágrimas que asomaban por sus ojos no escapasen, "una novia tiene derecho a llorar el día de su boda únicamente si es de felicidad, de lo contrario algo va mal", esas habían sido las palabras de su madre cuando al ir a despertarla la encontró llorando abrazada a la almohada.
Will era un buen hombre, desde que formaba parte de su vida la había colmado de atenciones y se había desvivido todos y cada uno de los días por ella, su familia había visto con buenos ojos siempre su interés en ella y era claramente una oportunidad para salir de la pobreza... ¿Pero y el amor? ¿Dónde quedaba esa pasión que te consume cuando amas a alguien? ¿Dónde estaban la aventura y el riesgo? Iba camino de un matrimonio vacío y no podía hacer otra cosa.

"En un mundo de hombres la mujer sólo puede callar y obedecer" eso fue lo que le dijo su padre cuando le confesó que no amaba a Will y que no estaba dispuesta a casarse con él. Quería a su padre y sabía que la había enlazado con ese hombre porque pensaba que era lo mejor para ella pero no se había molestado en preocuparse por si su única hija iba a ser feliz, si lograría querer a ese hombre.

Y allí estaba, contemplando su reflejo, viendo cómo el encaje blanco hacía simbiosis con su menudo cuerpo, observando el contraste que había entre el blanquecino velo y sus oscuros tirabuzones negros como la noche más oscura. Su madre insistió en que se recogiese su larga melena pero ella se negó en rotundo "creo que es lo único que podré decidir, al menos una parte de mí será libre ese día" , y con un gesto de desaprobación su madre suspiró y aceptó su decisión , la única que a lo largo de esos meses había aceptado de hecho.
Acarició las pétalos que formaban parte de su ramo con sus pequeños y delgados dedos y suspiró centrando su mirada en la ventana, en la vidriera vio cómo se reflejaban sus enormes ojos grises enrojecidos por su silencioso llanto. "Ya no hay vuelta atrás" le susurraba una pequeña y entristecida voz interna.

Su mente vagaba en los recuerdos de esos últimos meses... Conoció a Will una tarde de picnic organizada por sus vecinos los Stanley. Era un matrimonio que provenía de la alta sociedad de Manhattan, aburridos de los elitistas; su mujer y él habían decidido hacer las maletas y mudarse a Gig Harbor, una ciudad situada en el condado de Pierce, Washington. Los Stanley acostumbraban a sus padres y demás vecinos a su sobrecargado picnic con motivo de festejar el comienzo del verano.
Ella  fue arrastrada a ese picnic y Will fue a modo de invitado de honor por haberse comprado una casa hace poco y es que, aunque tuviese los veintitrés recién cumplidos, ya era todo un pez gordo debido a que ahora era él quien llevaba el negocio familiar, comercio de telas con el extranjero.
Will provenía de Louisiana, era un joven apuesto con el descaro y atrevimiento sureño heredado de su padre y, a la vez, los modales propios de un caballero británico por cortesía de su difunta madre.
Cuando apareció en la fiesta aquella tarde dio mucho de qué hablar, las chicas y sus familias competían por la atención del indiferente Will que aburrido se paseaba de un lado a otro del majestuoso jardín de los Stanley perseguido por su séquito de féminas decididas a obtener su trofeo. Desgraciadamente también despertó el interés de su madre que rápidamente cogió a Jale por el brazo y con un efusivo gesto le hizo señas a su hija para que se acercara a conocerle.

-William, ésta es mi hija Samantha. Querida, ¿has olvidado tus modales?

-Encantada de conocerle señor Harrintong.

-Lo mismo digo señorita, eso de señor no me hace justicia; al fin y al cabo seré cuatro o cinco años más mayor que usted. Debo felicitarla señora Keaton, tiene una hija preciosa.

-Gracias Jake, si no he oído mal acabas de llegar a Gig Harbor, ¿cierto? Estoy segura de que Samantha estaría encantada de enseñarte la ciudad.

Y así fue cómo empezó todo, así comenzó su desgracia, al despertar el interés de aquel muchacho también despertó la desesperación y avaricia de sus padres por no caer en banca rota y ser la comidilla de la ciudad. Will fue, gracias a su madre, centrando poco a poco toda su atención en ella hasta que por puro impulso le pidió su mano en matrimonio.

Ahora  se encontraba entre cuatro paredes que conforme se acercaba la hora iban estrechándose e impidiéndole respirar. Fue esa falta de aire la que le hizo armarse de valor y salir a fuera.
Las gotas de lluvia se mezclaron con las lágrimas que había derramadas por su cara y su cabello perfectamente peinado volvió a tener el salvaje y deslumbrante aspecto que había tenido no hace mucho, en ese momento se sentía más viva que en esos últimos meses, allí empapada y con el pelo alborotado.
Era libre, desgraciadamente por poco tiempo, pero libre al fin y al cabo.

Se dejó caer en la fría y mojada hierba, le daba igual mancharse el vestido tan estúpidamente caro que le habían obligado a ponerse, le daba igual que el velo se ensuciara de barro. En aquel momento era libre.
Allí tumbada era feliz, jugueteaba con el césped arrancando pedazos de éste y tirándolo hacia arriba para ver como el fuerte viento lo mecía en el aire y bailaba con él hasta llevarlo lejos, donde sus ojos ya solo veían el cielo gris y nada más. A lo lejos vio aparecer una figura entre la lluvia, no había que esforzar la vista pues con los gritos que emitía aquella figura solo podía ser la histérica de su madre.

-¡Samantha Keaton! ¿Te has vuelto loca? ¡Ese vestido vale una fortuna! ¿En qué piensas? ¡Estás retrasando tu boda niña estúpida! ¡William está dentro esperándote! ¡Mírate, estás asquerosa!

-Estoy viva, madre.

-¡Estas loca! ¿Quieres que me de un infarto? ¿Eso quieres?

-Deja que disfrute de este momento, puede que sea el último en el que vuelva a sentir algo.

-¿Que qué? ¡Levanta o yo misma te arrastraré de ese pelo andrajoso que llevas hasta el mismísimo altar!

Ella suspiró y se levantó haciendo caso omiso a su madre, cada paso era un eslabón más de la cadena con la que iba a ser atada. Echó un último vistazo a la lluvia y al entrar  buscó a su padre, éste se quedó de piedra al ver a su hija a la que había dejado no más de quince minutos sola echa un verdadero esperpento.

-Samantha, ¿qué ha ocurrido? No quiero saberlo, no hay tiempo. ¡Qué dirán los invitados! ¡Qué dirá tu prometido!

-Papá...

-Algún día agradecerás lo que estoy haciendo por ti y comprenderás de lo que estás salvando a tu familia... Aún eres muy joven para entenderlo. No hagamos esperar más a Will.

Sin decir nada más Samantha agarró a su padre del brazo y comenzaron a caminar sobre la alfombra que le llevaba directamente hasta al altar junto a Will; el cual se quedó perplejo al ver en qué condiciones se encontraba la vestimenta de su futura mujer. Los invitados no paraban de hacer comentarios a cerca de cómo la novia había podido acabar con semejante aspecto y sobre su estado mental pero ella no les escuchaba ya, todo se había desvanecido a su paso y se imaginaba tumbada a fuera de nuevo, acariciando el césped con sus dedos y recogiendo gotas de lluvia con la lengua, poco le importaba lo que pudiesen decir aquellos desconocidos sobre ella o su lujosa boda de pacotilla.
Su padre, en cambio, tenía el ceño fruncido y hacía todo lo posible por aparentar normalidad en aquella pintoresca situación aunque no lo conseguía, el señor Keaton, si se caracterizaba por algo, era por ser como un libro abierto, no podía ocultar sus emociones por mucho que intentase fingir pero permanecía andando y sin dirigir la mirada a nadie en concreto. Estaba a dos pasos de quien iba a ser su yerno,  después de la ceremonia todo perdería importancia, todo sería mejor.

-Señorita Keaton está...

-Horrible, lo sé William, perdóneme yo sólo...

-Iba a decir que le sienta bien las manchas de barro en la cara y el cesped en el pelo. La vi desde la ventana, me permite preguntarle qué hacía allá a fuera con este temporal y minutos antes de casarnos.

-Una locura, le estoy abochornando a usted y a mi familia... No sé en qué estaba pensando señor Harrintong.

-Will. Creo que si vamos a casarnos deberías empezar a tutearme. Eh, tranquila, todo está bien. Solo estoy sorprendido y por mi como si quieres volver al jardín a enfangarte aún más... Te seguiré viendo igual de hermosa. Por un momento he de decirte que me asusté, cuando te vi salir pensé que ibas a huir e incluso quise salir para detenerte pero luego supuse que querías disfrutar de este maravilloso y soleado día.

-Estaba nerviosa y quise salir fuera a despejarme de tanta gente... Eso es todo.- Samantha sonrió levemente y le hizo un gesto al reverendo para que comenzase la ceremonia después de ese leve diálogo con su prometido.

-Queridos hermanos, estamos aquí reunidos...

-Un momento.- La voz clara y serena de William resonó por toda la iglesia gracias al eco de aquel techo tan alto y al silencio de todos los invitados que los miraron con asombro y a la vez con esa mirada retorcida de "al novio le han entrado dudas".

-Señor Harrin... Will, ¿ocurre algo malo?

-Samantha, dime la verdad, ¿es aquí, rodeada de tanta gente, donde quieres casarte? Dime que puede hacerte feliz en estos momentos.

-Nadie, hasta ahora, me ha preguntado lo que yo quería.

-Yo te lo pregunto, dime que deseas y lo tendrás.

-Quiero quitarme este estúpido velo y salir fuera señor Harrintong... Se que el temporal que nos acompaña no es el idóneo para salir al jardín pero...

-¡Samantha! ¡Basta de marear a los invitados! Perdónela señor, mi hija ha estado sometida a mucha presión con los planes de boda y no sabe lo que dice. Revendo por favor, continue.

-Revendo coja lo que necesite y salga al jardín. Señora Keaton este debe ser el día más feliz de su hija y mío y si desea mojarse pues yo desearé mojarme tanto o más que ella. Los presentes, siento tantos contratiempos, mis más sinceras disculpas.
La boda se realizará finalmente en el jardín por petición mía y de mi querida prometida, sería todo un honor que pudiesen compartir este día con nosotros, o no. Hagan lo que les plazca, ahora si tienen la bondad háganme paso que me tengo que casar.

William tendió su mano en dirección a Samantha y con una leve reverencia y una sonrisa radiante le pidió que lo acompañase al jardín, tanto los señores Keaton como el resto de los invitados hicieron lo mismo entre susurros y caras desconcertadas.
Samantha era la más sorprendida de todas aquellas personas, realmente su prometido estaba dispuesto a complacer todos y cada uno de sus caprichos por extraños que fuesen. Conforme andaba cogida de la mano en dirección a la puerta se arrancó el velo y la abultada cola del vestido que tanto le había costado confeccionar a los empleados de Will, éste la miró divertido y le besó la mano en señal de aprobación y se detuvo para desabrocharse un poco la camisa y tirar al suelo la parajita.

-Yo también quiero ir perfecto para la ocasión, si te parece bien.

-Me parece estupendo, pero aún le falta algo... - Samantha se puso frente a él y le alborotó sus mechones rubios que se encontraban recogidos hacia atrás. - Mucho mejor, ¿no?

-Bastante mejor... ¿Sabes? Me imaginaba que nuestra boda daría mucho de qué hablar pero jamás en este sentido.