martes, 21 de octubre de 2014

Knot.

¿Sabéis hacer un nudo? ¿Quién no? Hacemos nudos constantemente en bolsas, zapatos, hilos, gargantas... Estos últimos son los que requieren de menos esfuerzo, basta con un recuerdo, una imagen, una mirada, una frase. Desgraciadamente, también son los más difíciles de deshacer.

Comienzan como un suspiro entrecortado, como si a la hora de echar el aire fuésemos incapaces y nos hubiésemos olvidado de como respirar. A continuación le sigue un pequeño infarto, un húmedo olor a mar en nuestos ojos, una sonrisa que se torna en cuestión de segundos en una cara lacia, vacía de cualquier expresión y, finalmente hacemos una mueca que nos sale desde lo más íntimo de nuestro ser. Solemos agachar la cabeza, tornar un labio hacia abajo y llenamos la frente de arruguitas, fruto de pequeños ríos de dudas y temores que desembocan en océanos tan profundos como los sentimientos que dedicamos a las personas que nos los provocan.

¿Sabéis a lo que me refiero? ¿Quién no? Ese sentimiento de impotencia, de resignación, de tristeza, que sentamos en una silla y le pedimos por favor que espere, que todavía es pronto para florecer, a quien rogamos que aguarde a llegar a casa, que no se derrumbe para no dañar a quien nos daña, solo por el simple hecho de no hacernos pequeños, débiles a sus ojos.

Podemos deshacer un nudo, o aflojarlo, o incluso cuando lleva tiempo alojado en nosotros conseguimos olvidarnos de su presencia, pero siempre llega un momento en el que queramos o no, vuelve a tensar, se hace grande y, a nuestro pesar, implacable. Muchos nos condicionan, nos impiden hablar, nos obligan a poner nuestra mejor cara de "póker"... Hasta cierto punto.

Los nudos nos sobrepasan, son el cúmulo de gotas que hacen que un vaso se desborde, las gotas de lágrimas que reprimimos hasta más no poder y acaban estallando en diminutas partículas de agua que se esparcen con dolorosa velocidad por nuestra cara, quemando la piel allá por donde pasa.

Nos oprimen el pecho, nos cierran el estómago, nos saturan el cerebro y nos dañan el corazón.

¿Sabéis cuál es el peor para mí? El que tratas de deshacer día tras día sin resultados, aquel que confiesa, repite, compara y te pide que olvides. Para mi se asemeja a un corte que necesita suturas y en lugar de ello,  mi enfermero me pide que no me centre en la herida, "olvida la herida", "haz la vista gorda si sangra"...

Como si fuese a curarse sola o a dolernos menos por ello. Es un nudo. Está bien atado a mi.

Al final del día, de los días buenos, conseguimos acordarnos de respirar y soltamos el suspiro de un golpe, el infarto que ha provocado se va dejando un pequeño moratón, las lágrimas se secan y la mueca se reduce a tan solo una sonrisa torcida.
Las arrugas hibernan, el río vuelve a su cauce, levantamos de la silla a nuestras emociones y las abrazamos hasta que nos duelan los brazos, porque están ahí, porque son leales, pacientes, fuertes y las enviamos de nuevo al ring con la esperanza de que aguanten otro asalto.
El vaso libera parte de su cantidad, la piel cicatriza, la herida se detiene...

Todo ello al final del día, de los días buenos y de manera temporal.


¿Qué pasa en los días malos? El suspiro se pierde sabiendo que esa noche no encontrará la salida , se sienta frente a una pantalla a divagar para mitigar la reacción en cadena que ha provocado y, cuando se siente extremadamente solo, fantasea como sería su vida sin ese nudo.